sábado, 10 de marzo de 2018

Gobierno democrático

Gobierno democrático

Goodnow (1900), contra la pretensión de separar la política de la administración, que tiende a desligar del derecho el control que es necesario en un sistema de partidos políticos, lo distinguió como la autoridad que representa “la expresión de la voluntad del Estado y la ejecución de esa voluntad"[1]. Apleby: (1945), por su parte, afirmó que el gobierno tiene un carácter esencial que lo distinguen de todas las organizaciones públicas o privadas: “gran alcance, impacto y consideración; responsabilidad pública; y carácter político. Ninguna institución tiene la amplitud del gobierno”[2].

Históricamente se han organizado distintas formas de gobierno. Las aportaciones “puras/impuras” de los socráticos (monarquía/tiranía; aristocracia/oligarquía; y república/democracia); “las repúblicas y principados” de Maquiavelo; o más recientemente, las “monarquías y las repúblicas”, que describiera Jellinek[3]. Sin embargo, más recientemente Norberto Bobbio consolida un análisis de “las formas de gobierno”[4] desde las “tipologías clásicas” sustentadas en uno, pocos o muchos gobernantes (monarquía, aristocracia y república) con sus respectivas formas corruptas (tiranía, oligarquía, democracia), destacando que, si el gobierno en toda organización política pertenece a una minoría, bajo la teoría clásica hoy todos los gobiernos serían oligarquías. Por ello, se refiere a las “clases autocráticas y democráticas definidas por Shumpeter en base a la organización de la clase política y la noción de élite del poder”; y los “gobiernos mixtos” identificados por Gaetano Mosca como “aquellos en los que el poder está separado del poder laico y el poder económico está separado del poder político” respectivamente.

El hecho es que, contra la antigua concepción socrática, al menos teóricamente, hoy la democracia ya no es “una forma impura” de gobierno, sino “la opción racional”, ya que es la que se fomenta, prevalece y a la que se aspira en muchas sociedades del mundo. Sin embargo, desde los griegos, el poder descubrió que es más fácil decidir y designar al gobierno entre unos cuantos, que someterlo al juicio abierto y la elección por “asamblea popular”. Por eso hoy, es común que se reconozcan básicamente tres sistemas de gobierno: “el parlamentario, el presidencial y el semipresidencial”. Estos modelos, por lo general, evidencian el esquema adoptado desde la revolución inglesa, adaptado en la revolución francesa y consolidada con el movimiento “federalista” en América, como se describen a continuación:

 
 

 

SISTEMAS DE GOBIERNO
·       Sistema parlamentario, Es una forma de gobierno representativa en la que el Parlamento participa en forma exclusiva en la dirección de los asuntos del Estado. La formación del gobierno y su permanencia dependen de la mayoría parlamentaria, ya sea por elecciones, o bien, por una coalición. El Parlamento no comparte con ningún otro órgano del Estado la dirección de los asuntos públicos. El Poder Ejecutivo, está dividido entre el jefe de Estado (monarca o presidente), el jefe de gobierno (primer ministro, presidente del gobierno o canciller) y un Poder Legislativo, el Parlamento[5].
·       Sistema presidencial, se caracteriza por el Poder Ejecutivo (unipersonal) y el Legislativo (organizado en dos cámaras) tienen un modo de elección diferenciada. Al disponer cada uno de una legitimidad propia, se busca garantizar su autonomía y su autorregulación. El Poder Judicial, a su vez, se elige de manera conjunta por el candado de propuesta-aprobación entre el poder Ejecutivo y el poder Legislativo, para preservar su autonomía. El principio federativo asegura la participación de los distintos estados
·       Sistema semi-presidencial, o mixto. El presidente es autónomo, pero comparte el poder con un primer ministro; a su vez, el primer ministro procede del Parlamento. El Poder Ejecutivo se divide entre un jefe de Estado -el presidente de la República- y un jefe de gobierno -o primer ministro. Cada uno tiene un origen distinto: mientras que el presidente de la República surge directamente del voto popular, el jefe de gobierno es designado por la mayoría parlamentaria. El jefe de Estado normalmente desempeña una función de árbitro.

FUENTE: Con base en Espinoza, Toledo Ricardo, Sistemas Parlamentario, Presidencial y Semipresidencial. Disponible en http://www.ife.org.mx/documentos/DECEYEC/sistemas_parlamentario.htm#semipresidencial 18-8-2015

 

Como se aprecia, se trata de regímenes políticos constitucionales que suponen esquemas democráticos de selección y designación de los titulares de los poderes ejecutivo y legislativo, esto es, por el pueblo a partir de las figuras de democracia directa y democracia representativa (Hauriou; 1927)[6], para erigirse como “representantes de la sociedad”. Estos dos poderes, a su vez, “para preservar la independencia y la autonomía”, eligen a quienes integran el Poder Judicial” mediante el mecanismo o candado de propuesta-aprobación entre ambos, que es muy común en el mundo. En esencia, se trata del mismo procedimiento que se sigue ahora para los órganos constitucionales autónomos, lo que no deja de permear ciertas dudas sobre la imparcialidad de la designación cuando quienes proponen y aprueban tienen los mismos orígenes e intereses de grupo, de manera que la elección se sujeta al “mayoriteo”.

Es así, que, entre los problemas de las democracias del mundo, permea la desconfianza ciudadana en el sistema de partidos políticos y la escasa participación social[7], no solo en los procesos electorales, sino en la vida civil comunitaria. Ejemplo de ello es que en los países de la OECD (2015), la “confianza en el gobierno”, cuya media oscila en un 42%, en países como Francia (26%), México (33%) y Estados Unidos se encuentra por debajo de esa media. No es casual que en México encuestas recientes indican que los niveles más bajos de confianza se encuentran en la Presidencia (5.7); los sindicatos (5.4); senadores (5.3); policía (5.3); diputados (5.2) y la más baja de todas la obtienen los partidos políticos (4.9)[8].

Pese que se asume que “la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público y que esta voluntad se expresa mediante sufragio universal”, al contrastar el porcentaje estimado de participación a nivel nacional en el caso de México en los procesos electorales más recientes, destaca que solo el 47.25 por ciento[9] de los ciudadanos registrados en el padrón acudieron a las urnas, lo que representa un abstencionismo del 52.75%. Es decir, que, si el partido ganador obtuvo el 31% de las votaciones, es un hecho que quien gobierna está legitimado realmente por el 16.4% de los ciudadanos con derecho a votar, esto es, quien gobierna lo hace realmente gracias a una minoría muchas veces cooptada o captada, lo que evidentemente está relacionado con la escasa participación y la desconfianza ciudadana respecto a lo público e institucional.  

Si bien la democracia es considerada la opción en los sistemas políticos actuales, muchos de los países que se asumen como paladines de ella se encuentran lejos de colmar las aspiraciones de todos los ciudadanos. Contra quienes creen aun que la solución a la desigualdad e inequidad socioeconómica se encuentran en el socialismo o en el liberalismo radicales, hoy las realidades, incluso en los países “desarrollados”, dan cuenta de una brecha entre ricos y pobres (la oligarquía), cada vez más marcadas, de manera que la anarquía, el crimen organizado y el terrorismo afloran aprovechando la fragmentación y la marginación[10].

Las críticas que este hecho suscita se basan en el deseo de redefinir los principios de la participación política, de la gestión de los asuntos del Estado y de la construcción de sociedades más justas. En México, se ha señalado que “la democracia ideal” es una en la que se combinan tres elementos centrales, “libertad individual, igualdad ante la ley y participación en la selección y vigilancia de los gobernantes” (Ugalde: 2012)[11]. Quizá la primera pueda darse como ganada, a partir del reconocimiento del “control difuso” (Castellanos: 2015) de los derechos humanos (2011); la segunda, parece que avanza con el reconocimiento cada vez más incisivo sobre derechos de los indígenas, capacidades diferentes, preferencias sexuales y equidad de género; sin embargo el tercero, implica el mayor reto, sobre todo cuando no pocos representantes sociales carecen de ética, profesionalismo y vocación y el control de su gestión muchas veces está subordinado al poder más que a la técnica administrativa y la justicia social. Pese la llamada “contraloría social”, una “caja” dispuesta como alternativa para filtrar quejas y denuncias ciudadanas, la sanción de las faltas y el juicio político normalmente están expuestos a una abierta discrecionalidad. 

Lo cierto es que aún son escasas, y no por descabelladas, las propuestas en contra del “paradigma” (Kuhn)[12] de organización estatal y los regímenes políticos impuestos desde la revolución inglesa. Touraine (2016) ha enfatizado que “debemos superar las divergencias entre nuestros puntos de vista acerca de la democracia, a fin de ponerla no en la cúspide de las instituciones políticas, sino en la base misma de los movimientos, de las ideas y de los conflictos”[13]. Esto, se asume, significa que quizá algún día no muy lejano muchos pueblos, aprovechando la estructura y mecanismos que ya existen para la elección abierta de los poderes Legislativo y Ejecutivo, al mismo tiempo puedan elegir, también, a los representantes del poder Judicial y de los órganos constitucionales autónomos para fortalecer la confianza en los sistemas de justicia y hacer efectivo el control gubernamental. No es cierto que los partidos políticos, al ceder parte de sus prebendas para construir organismos verdaderamente sociales e independientes de los poderes tradicionales, tiendan a debilitarse, al contrario, el nacionalismo se fortalece, el gobierno se reconoce y la administración pública se enriquece, al tiempo que las organizaciones políticas adquieren respeto y mayor importancia. Al final, la transgresión positiva de tales estructuras propiciará la innovación constructiva de las instituciones públicas y un auténtico cambio en la gobernanza, tanto en el ámbito de la inversión productiva, como en los servicios públicos. Quizá si se tratara el punto medio aristotélico, entre lo social y lo político, entre lo natural y lo material, y entre lo público y lo privado, el Estado pueda lograr al fin, el bien común superior en el siglo XXI.



[1] Goodnow, Frank J., Politics and Administration: A Study in Government, 1900, p. 97-102
[2] Véase El gobierno es diferente, de Paul Apleby, tomado de su obra Big Democracy, 1945. en Clásicos de la administración pública, compilación de Jay M. Shafritz y Albert C. Hyde, FCE, México, 1999.  p-269.
[3] Jellinek, George, Teoría General del Estado, Editorial Continental, México, 1958, 2ª edición pág. 463.
[4] Bobbio, Norberto. Estado, Gobierno y Sociedad. Por una teoría general de la política. FCE, México, 2012, pp. 144-157.
[5] Wilson Woodrow, Congressional government. A study in American politics. Princeton, N.J 2005. Gamas Torruco José, Regímenes parlamentarios de gobierno, UNAM 1976.
[6] Ibíd Cit.  González Uribe Héctor en Teoría Política, pág. 383-400
[7] Aunque se trata de un problema generalizado en muchos países del mundo, es revelador el Informe País (2014), en México, que destaca “71% de la ciudadanía cree que no es importante para las y los políticos que deberían representarles”. Asimismo, que “menos de 10% de la ciudadanía declara que participa en algún tipo de organización no gubernamental”. Sobresale que son las organizaciones de tipo religioso, en las cuales ha participado 12% de la ciudadanía. Disponible el 02 de noviembre de 2015 en: http://www.ine.mx/archivos2/s/DECEYEC/EducacionCivica/Informe_pais_calidad_ciudadania_IFE_FINAL.pdf
[8] Véase indicadores de OECD, Government at a Glance 2015. http://www.oecd-ilibrary.org/governance/government-at-a-glance-2015_gov_glance-2015, así como Consulta Mitofski. Confianza en las Instituciones 2015. Disponible el 28-02-2016 en http://consulta.mx/index.php/estudios-e-investigaciones/mexico-opina/item/575-confianza-en-nstituciones
[10] El llamado BREXIT, que propició la salida del Reino Unido de la Unión Europea recientemente (junio 2016) por la vía de referéndum, es una prueba contundente de la radicalización de posturas aún en una de las mejores democracias. En México, el diputado Jesús Zambrano, Presidente de la Cámara de Diputados, durante la discusión del presupuesto 2016, criticó los alcances de la democracia mexicana, a la que califica de "imperfecta". La debilidad del Estado ante poderes fácticos y el crimen organizado; y las limitaciones de los partidos políticos. Véase “El Observador Parlamentario, en El Sol de México, 03 de noviembre de 2015.
[11] Ugalde, Luis Carlos, Por una democracia eficaz. Radiografía de un sistema político estancado. Ed. Alfaguara, México, 2102, p.99
[12] Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas, 1962. Fondo de Cultura Económica. http://www.conductitlan.net/libros_y_lecturas_basicas_gratuitos/t_s_kuhn_la_estructura_de_las_revoluciones_cientificas.pdf Disponible el 06-11-2015
[13] Touraine, Alain, El fin de las sociedades, FCE, México, 2016, p. 317.

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