martes, 24 de abril de 2018

Consideraciones "En torno al proceso de designación del titular de la Auditoría Superior de la Federación"


En torno al proceso de designación del titular de la Auditoría Superior de la Federación.

Por Jerónimo Salinas[1]

A pesar de que algunos diputados declararon que en el “Proceso para la designación del titular de la Auditoria Superior de la Federación 2018-2025” la Comisión de Vigilancia (CVASF) “hizo un trabajo pulcro[2], las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) participantes acusaron que la decisión de la terna evidenció más “un acuerdo entre partidos que una evaluación basada en criterios objetivos y claros[3].

Asumiendo que atendían los reclamos de las OSC, los dirigentes del Partido Acción Nacional (PAN) detuvieron el proceso desde el 12 de diciembre de 2017, bajo el argumento de que “ese nombramiento debe ser hecho con la máxima valoración y buscar al mejor perfil”. Más recientemente, su Coordinador y presidente de la Junta de Coordinación Política en la Cámara de Diputados aceptó llevar la terna a votación del Pleno el 15 de marzo de 2018, no obstante, su protesta contra cierta alianza entre el PRI y MORENA, que él llamó “el primor”, para nombrar a un “auditor carnal [4].

Sin prejuicio alguno de que cualquiera de los 41 aspirantes resulte favorecido con el voto de las “dos terceras partes de los diputados presentes” (CPEUM: 79), el hecho es que el proceso de designación del titular de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) muestra el mismo impasse que la Fiscalía Especializada de Combate a la Corrupción, los magistrados en la materia del Tribunal Federal de Justicia Administrativa y los titulares de los Órganos Internos de Control de algunos organismos autónomos, todos ellos, puestos clave de un Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) que no termina de consolidarse.

Cabe destacar, primero, la supuesta “unanimidad” que algunos pregonan cuando es evidente la falta de consenso, no solo en el Pleno de la Cámara de Diputados, sino al interior de la propia CVASF responsable del proceso, en cuyas actas (http://www.diputados.gob.mx/auditor/inicio.htm) es posible constatar la marcada fragmentación y abstención que existe, ya sea por desinterés o desacuerdo, de casi el 40% de sus 29 integrantes. Este solo hecho demuestra una alta probabilidad de que la designación de una de las más importantes figuras de nuestra sociedad Estado en México esté capturada y sometida al acuerdo y decisión de una minoría que, sin embargo, basta no solo para “mayoritear”, sino para transparentar y legitimar un proceso cuestionable.

Segundo, pese a que se abrió la participación en el proceso a ciertas OSC, lo cierto es que al haber asistido como “observadores”, dicha participación pudo generar un efecto adverso al confundirse como el aval del proceso o un posible conflicto de interés. Y tercero, la percepción no solo de algunos aspirantes, sino de quienes atestiguaron las entrevistas, en cuyos videos es posible constatar no solo cierta celeridad y desinterés en el proceso, sino la actitud, quizás displicente o inadvertida, que es común cuando se sabe quién va a ganar, más allá de valores, capacidades y cualidades personales y profesionales.

No es casual que esas importantes designaciones permanezcan capturadas cuando están en juego 18,311 cargos ejecutivos y legislativos en todo el territorio nacional (www.ine.mx), destacando la presidencia de la República, las 500 diputaciones y 128 senadurías federales, 8 gubernaturas y la jefatura del gobierno de la Ciudad de México. Ni debemos limitarnos a “postergar los nombramientos de los fiscales General y Anticorrupción hasta después de la elección presidencial del 1 julio”, pues ello no garantiza que se elimine el "albazo legislativo", siempre latente, cuando se pacte cierta mayoría[5].

Se trata de un problema estructural que radica en nuestro régimen político, pues invariablemente sucede en los procesos de selección de las autoridades de procuración e impartición de justicia, de los órganos reguladores y de control gubernamental en México. Precisamente, porque implica el control del poder por medio de instituciones que, si bien cuentan con cierta autonomía, no serán independientes mientras continúen sujetas al paradigma de un supuesto equilibrio o contrapeso del poder que se desprende de un Ejecutivo cuasi omnipotente y que se confirma por un Legislativo complaciente, o viceversa. Es decir, un régimen constitucional que somete la regulación y el control de la administración pública a una abierta discrecionalidad política entre ese binomio del poder.

Eso no se justifica ni debe continuar pasando desapercibido en México, pues la acción conjunta de todas esas instituciones públicas es fundamental no solo para combatir la corrupción, uno de los desórdenes del Estado que más nos cuesta (se estima entre 2 y 9% del PIB), avergüenza (el lugar 135 en el mundo y el segundo país más corrupto de América Latina) y lastima (al menos 90% de los delitos denunciados quedan en la impunidad), sino más aún, para combatir la omisión, inacción e insuficiencia de un gobierno cuya operación cuesta mucho más, año tras año (48% del gasto público) al amparo de la ley. Más aún, cuando a quienes se castiga y pagan ese enorme costo, es el 50.6% de la población que vive con un ingreso inferior a la línea de bienestar en México[6].

De ahí, la importancia de adecuar la organización de nuestra sociedad Estado a la realidad de nuestro tiempo. Particularmente, de dotar a la ASF de plena independencia de los poderes públicos, algo que es elemental en toda auditoría y que nunca ha sucedido en México, pese al Decreto anticorrupción. Una independencia, debemos precisar, que no significa indiferencia, injerencia o inconexión del poder político, sino una función consultiva, de coadyuvancia, acompañamiento y servicio al gobierno en todo su conjunto.

Debemos aspirar a un control externo gubernamental colegiado, deliberativo y centralizado, que además de fiscalizar se oriente a optimizar la administración pública en todos los niveles del gobierno. Transitar de la auditoría de cumplimento y de legalidad, que se ajustan más al señalamiento y la acusación reiterada de la irregularidad, a la auditoría de gestión y la investigación de amplio alcance que se sustentan en el mayor rendimiento y desempeño. Aprovechar la ventaja competitiva, única de la auditoría, de acceder al campo mismo de las instituciones para identificar las causas de las faltas y, en su caso, que no solo se asesoren y corrijan durante el seguimiento de la auditoría, sino que surtan efecto de rectificación o mejora en operaciones similares en todo el gobierno. Más aún, realizar una función constructiva que facilite la implementación, hasta su completa ejecución, de las políticas públicas nacionales, sobre todo, aquellas vinculadas con el presupuesto, la contabilidad, la transparencia, la rendición y fiscalización de cuentas gubernamental.



[1] Auditor de Gestión y Doctor en Administración Pública, aspirante en el Proceso para la designación del Titular de la Auditoria Superior de la Federación 2018-2025, realizado del 16 de nov. al 7 de dic. del 2017.

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